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Barrilete Cósmico

Barrilete Cósmico

Los periodistas estamos acostumbrados a dar malas noticias. De hecho es prácticamente la base de nuestra profesión. Las buenas noticias generalmente tienen muy poco impacto, lamentablemente. Siempre se prioriza lo malo ante lo bueno, porque el ser humano es así. Se le presta mucho más atención a las malas que a las buenas noticias.

Pero así y todo, hay noticias que uno nunca supo cómo daría. O qué diría en el caso de que tuviera que darlas. Inevitablemente esto lo pensé varias veces, y siempre pensé qué diría en un momento como este.

Y salió cualquier cosa, menos lo que había pensado. Terminábamos el programa de la mañana. Habíamos puesto como tema de cierre Juntos a la Par, del disco Claromecó Me Encanta, para homenajear a David Arévalo y su partida. Así nos despedimos del jueves 25 de noviembre de 2020. Y a los pocos minutos, el corazón nos dio un brinco. Alguien por whatsapp nos preguntó si era verdad, inmediatamente llegó un nuevo mensaje.

Nos fuimos al Twitter, a los portales nacionales e internacionales. De a poco se fue confirmando la noticia. Empezó a ser tendencia. Corroborábamos ante nuestra vista que sí, que era verdad. Aunque nos negábamos a creerlo. El cuerpo entero temblaba, y el corazón iba a mil por hora.

Hasta que hubo que salir al aire y decirlo. En medio de la conmoción, sin tiempo de pensar nada, con la mente completamente obnubilada. Fue la hora de la verdad más cruenta. Murió Diego Armando Maradona.

Y a partir de ahí, en blanco, sin saber qué agregar, qué comentar, cómo reaccionar. Se terminaron las reglas del periodismo, el famoso ABC de la crónica, que dice que hay que aplicar la regla de las 5W. Qué, quién, cuándo, dónde, cómo.


Yo tenía 6 años, iba al jardín de infantes. Tenía problemas para dormir, por los nódulos y amígdalas. Era muy normal en esa época, a esa edad te operaban de la garganta. Te llevaban, te hacían inflar un globo, y después, nada más para recordar. A despertar en una habitación, dolorido, descompuesto, sin saber bien qué pasaba. Y te traían helado, que te parecía horrible, porque era como que quemaba. Toda una generación pasó seguramente por eso.

Aquel día de 1979 me tenían que sacar sangre, previo a la operación. Jamás me había despertado tan temprano. No sabía cómo era el mundo a las 7 de la mañana. Y escuché desde el calor de la cama, que mi mamá me llamaba. Había que levantarse, y encima había que ir a sufrir, a que te saquen sangre. Obvio que no quería saber nada. Totalmente embotado de sueño. No había caso, mi madre insistió muchas veces, pero yo no cedía.

Hasta que pronunció la palabra mágica. Dijo algo, que me hizo saltar de la cama. Un sólo vocablo: Maradona. Claro, era el Mundial Juvenil en Japón. yo no tenía ni idea que a esa hora se jugaba a la pelota. Tenía una noción vaga de lo que había pasado el año anterior con el Mundial 78, pero los recuerdos son muy pocos. Sabía efectivamente que habíamos salido campeones, pero no mucho más. De ese Mundial Juvenil tampoco sabía ni me acuerdo mucho que digamos. Lo que sí estoy seguro es que ese día, donde tenía que ir a sacarme sangre, me levanté porque mi vieja me nombró a Maradona.

La vuelta olímpica

La historia salta hasta 1986. Ya con plena conciencia, cursando séptimo grado, con 13 años. Una edad donde uno no sólo empieza a entender plenamente el fútbol, donde uno ya sabe que el 8 juega por derecha y que el 5 es el volante central. Es la edad donde uno empieza a ser consciente que está dejando de ser niño. Que hay un joven o adolescente, un hombre en fin, que empieza a luchar internamente por salir.

Y en ese contexto, Argentina Campeón en México. Maradona brillando para todo el mundo, para toda la eternidad. Justo a la edad donde uno está dejando la niñez. ¿Cómo no amar a esos tipos? Si para mí son superhéroes. Me marcaron para siempre, para toda la vida. Ni hablar de Diego. Vera toda esa maravilla, y a esa edad, es algo imborrable.

Salir a festejar por las calles, la vuelta olímpica eterna, el éxtasis. La última gran alegría colectiva de los argentinos.

Heroico

Ya en cuarto año de secundaria, el Mundial 90. Y otra vez, ahora más épico, más increíble, más heroico todavía. Con 17 años, con los compañeros del colegio como grupo de pertenencia. Con una juventud a flor de piel. Con todas las hormonas a full. Y ver en vivo la escapada de Alemao, el pase a Caniggia, el gol a Brasil, y tirarse casi abajo del televisor gritando desaforadamente por primera vez en la vida. Y los penales contra Yugoslavia y principalmente Italia, y la Final, Alemania, Codesal, el penal. Y ver a Diego llorando, y a su vez llorar por el fútbol, por él, también por primera vez en la vida. Mis viejos sin poder creerlo, ellos jamás fueron futboleros, no lo entendieron nunca.

El dolor en el 94, ya cursando la facultad. La conmoción primero por el 5 a 0 ante Colombia, y la chance de perdernos el Mundial. Y la convocatoria para el partido contra Australia. No dormí aquella noche esperando el encuentro, que se jugó a las 5 de la mañana. La revancha en Argentina, el gol de Batistuta, y a festejar. Entramos nomás al Mundial.

Ya con los compañeros de facultad, a vivir otra Copa del Mundo con Diego en la cancha. El éxtasis ante Grecia, con esa carambola infernal de toques. La mirada furiosa a la cámara. La venganza ante todo el mundo que lo creía caído en desgracia. Y nosotros también, gritando, pero con un poco de odio también, con furia, puteando a los cuatro vientos.

Hasta que ocurrió lo que ocurrió. Le cortaron las piernas. Jamás viví algo como ese día. Buenos Aires estaba triste, la gente en la calle andaba cabizbaja, en los colectivos, en los subtes, en todas partes. Tristeza profunda y absoluta. Y a la noche, a escuchar a Dolina, a quien iba a verlo dos o tres veces por semana a hacer el programa al Café Tortoni. Y las palabras del Negro, imborrables, históricas. Y nuevamente las lágrimas, de tristeza, desazón, y de bronca por la tremenda injusticia.

22 de junio de 1986

Regreso al 86. 22 de junio a la tarde. Día de invierno pero con solcito. Mis viejos afuera, en el auto, tomando mate. Sí, por más que suene ilógico e increíble, no le daban bola. Yo como loco, esperando el partido. Junto con mi tía, un poco más futbolera, que estaba tejiendo, sentada en la punta de la mesa.

No era sólo un partido. Nadie lo decía, o se atrevía a decirlo, pero no era sólo fútbol lo que se jugaba en esa cancha. La herida de Malvinas estaba muy fresca. No tiene nada que ver, es lógico. No hay que mezclar fútbol con política. Pero una cosa son las frases de ocasión, y otra muy distinta, lo que siente el corazón. Todos buscábamos revancha, esa es la única verdad.

Y viene este tipo y hace lo que hace. Un gol con trampa, con picardía. Justo a ellos, a los eternos piratas, a los usurpadores, a los que ganaron un Mundial con un gol que no entró. Justicia poética e histórica. Pero no conforme con eso, 5 minutos después, hace la pintura futbolística más maravillosa de todos los tiempos. Otro momento de éxtasis, de orgasmo futbolístico.

Para completar el paralelismo entre su vida y la mía, se retira en 2001. Yo recién casado. Partido homenaje y «la pelota no se mancha». Lágrimas y emoción.

Puedo escribir mucho más. Lo hago todavía ante la incredulidad de no querer aceptar la realidad. Sigo sin creerlo, sentado ante la misma pantalla por donde me enteré de la noticia hace escasas dos horas.

Son las 15.20, de un miércoles 25 de noviembre de 2020. Por cierto, año de mierda si los hay. Hace dos horas di por la radio una de las noticias más impactantes de mi carrera, de mi vida. Y todavía no se bien qué hacer, qué decir, para dónde agarrar.

Podría contestar, debatir y desafiar a todos los que no quisieron a Diego. Y hasta lo odiaron, como si hubiese dado motivos para semejante cosa alguna vez. Pero no tengo ni el ánimo ni las ganas de hacerlo. Sólo puedo decir, que no me importa lo que hizo con su vida. Sí me importa lo que hizo con la mía. Y es eso que te cuento en estas pocas líneas. Hasta siempre genio, jamás te voy a olvidar Barrilete Cósmico.

CLAUDIO MENÉNDEZ

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